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Los pulpos: los invertebrados más inteligentes

Los pulpos: esos animales súper inteligentes

Los pulpos: esos animales súper inteligentes

Fascinan por su estrafalario aspecto; atemorizan por sus tentáculos y su boca succionadora. Esta supuesta bestia marina no es más que un solitario y tímido animal. Una criatura todo patas y cabeza con un coeficiente intelectual que asombra a sus investigadores.

Ninguna criatura marina ha suscitado mayor terror a los antiguos navegantes que el pez diablo, el horripilante monstruo succionador de hombres que describió Víctor Hugo; aquel gigantesco pulpo que también irrumpía sembrando el terror en algunas de las apasionantes escenas de la película de Verne 20.000 leguas de viaje submarino, allá por los años cincuenta.

Este molusco de extravagante figura produce al tiempo fascinación y repulsión. Sin embargo, cualquier biólogo marino puede afirmar que no es un psicótico asesino invertebrado. Tan sólo es mala fama, sucias tintas que han ido cargando una infundada leyenda negra en torno al singular cefalópodo. Porque el pulpo real, este animal todo patas y cabeza, está muy lejos de ser el vampiro marino de los océanos que la ficción se ha empeñado en transmitirnos.

De hecho, el octópodo es una criatura solitaria y muy tímida, que prefiere esconderse en las grietas y hendiduras de las rocas submarinas, o replegar sus largos tentáculos en una concha vacía, antes de tener que enfrentarse cara a cara con algún buceador. Incluso si es provocado, prefiere salir por pies… que no le faltan.

Inteligentes e inofensivos

«La posibilidad de que un submarinista sea atacado por un pulpo es tan remota como la de que un cazador sea agredido por un conejo»,  asegura el buceador estadounidense Max Gene Nohl. Prueba de ello es la conducta de los gigantescos cefalópodos que habitan las profundidades de Puget Sound, en el Pacífico al noreste de Washington: cuando los buceadores pretenden medir sus fuerzas con estas supuestas bestias marinas de hasta seis metros de longitud con sus tentáculos desplegados, se quedan de una pieza.

Los pulpos, en vez de enfrentárseles, dan media vuelta, y se retiran cohibidamente sin mostrar la más mínima fiereza. Pero si los octópodos son animales tímidos, estas cabezas ambulantes no tienen, en cambio, ni un pelo de tontas. Resulta que el cerebro de los cefalópodos está tan desarrollado que, con diferencia, son los seres más inteligentes de todos los invertebrados.

Hoy se sabe que el pulpo posee un coeficiente intelectual similar al de un niño de dos años. Quizá es por ello y por su asombrosa capacidad de aprendiza­je, por lo que se les ha apodado también primates del mar. Su fina agudeza ha quedado reflejada en un experimento ya clásico. Para él, los investigadores sitúan a un pulpo junto a una langosta encerrada en una botella ta­ponada con un corcho.

Sin dudarlo, el animal siempre reacciona del mismo modo: rodea con sus tentáculos el cristal del recipiente, explora con atención su superficie y agarra el corcho. En cuestión de pocos minutos, el pulpo acaba inde­fectiblemente descorchando el envase, introduciéndose en él y engullendo a la infeliz presa.

Además de aprender rápidamente, tienen todo un memorión y no olvidan nada de lo asimilado.

Solamente el hecho de deslizarse por la estrecha boca de la botella ya es una gran hazaña. Gracias a la flexibilidad de su esqueleto cartilaginoso, puede intro­ducir todo su cuerpo por una abertura del tamaño de uno de sus tentáculos. Tan es­curridizo es que ¡un ejemplar de un me­tro puede pasar por un agujero de tres centímetros de diámetro!

Con este experimento no sólo se ha de­mostrado la inteligencia del cefalópodo, sino cómo éste aprende con rapidez y, lo que es aún más sorprendente, cómo re­cuerda lo aprendido. Una vez que ha ideado la manera de quitar el tapón de la botella, ya no se le olvida. Tampoco es de extrañar que con tamaña cabeza el pulpo sea todo un memorión.

En otra prueba que los zoólogos realizan con frecuencia para mostrar la retentiva del pulpo, los investigadores le ofrecen un cangrejo. Al mismo tiempo, introducen, a intervalos, un disco de plástico blanco dentro del estanque donde se encuentra el octópodo.

Después de recibir varias descargas eléctricas cada vez que se acercaba a su víctima cuando estaba el disco presente, el cefalópodo pronto lo identificaba e interpretaba como señal de aviso, dejando al cangrejo tranquilo en cuanto avistaba el plástico. Lo más asombroso del experimento es que podían pasar varias semanas entre prueba y prueba, que el cauto molusco todavía recordaba sin problemas los efectos de la presencia del disco en el agua. Pero el ensayo revela algo más.

Esta vez acerca de la personalidad de estas curiosas criaturas tentaculares. Porque, al parecer, estos sabios de ocho patas que habitan las profundidades marinas además de agudeza, muestran reaccio­nes que podrían encuadrarse dentro de las pseudo-emociones. En el curso de las pruebas con el disco blanco de plástico, algunos pulpos han mostrado miedo, pero otros irritabilidad. Más de uno, des­pués de recibir algunas descargas, se re­tiraba a su escondrijo y allí empezaba a cambiar de color, exhibiendo un rápido caleidoscopio de transformaciones cro­máticas como fiel reflejo de su ira.

Pasa­da la estática furia inicial, el pulpo comen­zaba a lanzar por su sifón intermitentes chorros de agua, a agitar con fuerza sus tentáculos como si de serpientes rabiosas se trataran y a lanzarse de un extremo al otro del acuario, mordiendo todo lo que se le pusiera al alcance, incluso a él mismo. Y ¡ay del que le pille un mordisco de un pulpo! Porque, aunque parezca increí­ble, el pico de un octópodo es tan duro como el del mismo loro. Su boca posee una mandíbula córnea picuda que re­cuerda la de un ave, capaz de hacer jirones lo que pesque. Además de perfo­rar la concha de los crustáceos, el ejem­plar que se volvía furibundo en los experimentos arremetía a bocados, des­garrando las ventosas de su piel hasta dejarla hecha trizas.

Tan fuerte es su pico que, debilitado pronto por sus autolesiones, uno de estos pulpos puede morir consumido por su propia autofagia. De todas formas, los cefalópodos suelen mostrar reacciones más pacíficas. Quizá conscientes de la potencia de su pico, la conducta de estos animales tentaculares no siempre tiende a ser auto devoradora. Sólo el veneno de los pulpos de anillo azul que habitan las aguas australianas puede ser mortal para los humanos.

El pico del octópodo tiene además otra característica adicional. De la misma ma­nera que el colmillo de una serpiente ve­nenosa, esta especie de gancho picudo puede inocular sustancias tóxicas a su presa. La ponzoña de la mayoría de los cefalópodos no suele ser peligrosa para el hombre, a excepción de la del pulpo de anillo azul.

El veneno de los que pueblan algunas colonias en el Mar de Coral, frente a las costas de Australia’ de llegar a matar a una persona en unos minutos. Por regla general, tanto el macho como el de la hembra de esta especie posee el mismo nivel de toxicidad Sin embargo, durante el pericao puesta de huevos, la hembra sea aún más venenosa. De todas formas, la época es corta. Sobre todo porque, como les sucede a la mayoría de sus otros congéneres, la hembra deja de co­mer una vez que deposita los huevos, y muere al poco de su eclosión. Puede que esta muerte por inanición haya sido esta­blecida biológicamente como mecanis­mo de control de su población. Pero lo que sí está claro es que se debe a un pro­ceso fundamentalmente hormonal. En base a ciertas investigaciones, cuando los expertos extraen las glándulas endo­crinas de las hembras, éstas abandonan de repente a sus huevos y comienzan de nuevo a comer.

A pesar de la aparente fiereza que al­gunos han mostrado en estas investiga­ciones, en su vida cotidiana el estrafala­rio molusco de ocho patas es un tímido gigante cuajado de ventosas que gusta de la soledad. Para conseguirla, las 150 a 200 especies de pulpos existentes han logrado desarrollar una gran variedad de recursos.

También estrategias para salir airosos de las encerronas de otros depredadores. La más conocida son sus emisiones de densos chorros de tinta negra y parduzca que actúan como una pantalla protectora, desorientando al atacante mientras el astuto pulpo escapa impulsado por sus múltiples tentáculos. Dicen además, que la tinta posee un producto químico que bloquea el olfato del agresor.

Para defender su soledad, esta criatura cuajada de ventosas emplea las más diversas artimañas Sin embargo, la tinta no es su único sis­tema disuasorio. Algunas especies dispo­nen de medios de defensa todavía más sofisticados. El pulpo rayado, por ejem­plo, consigue camuflarse en pez. ¿Cómo? Una red de membranas a rayas cubre sus largas extremidades que, cuando se asusta, despliega como una segunda piel para asemejarse de forma asombrosa a un pez temible: el pez es­corpión, un conocido carnívoro que pro­pina pinchazos venenosos con las aletas que le sobresalen del cuerpo en forma de radios de rueda marrones y blancas. Mimetizándose en estas pequeñas fierecillas acuáticas, el pulpo rayado logra es­capar de las peligrosas morenas y los fe­roces tiburones. Un hábil truco que des­pista incluso a los seres humanos.

¿Cuántos corazones tiene un pulpo?

Tres corazones. Es lógico, considerando que sus cuerpos son todos músculos excepto por dos pequeñas placas que anclan sus cabezas, junto con un pico usado para agarrar y morder a la presa. Dos corazones bombean sangre a las branquias. El otro corazón más grande es el que hace circular la sangre al resto del cuerpo.

Otra curiosidad: también tienen 9 cerebros. Uno central, y otro pequeño en cada una de sus patas.

🍿 Bonus: Si os interesa el tema, recomiendo este genial documental sobre una amistad pulpo-humano llamada «Lo que el pulpo me enseñó» – (Netflix)